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El Síndrome de la impostora en psicólogas
- 1. Introducción
- 2. ¿Qué es el síndrome de la impostora y por qué se presenta con tanta frecuencia en psicólogas?
- 3. Autoexigencia y presión por alcanzar un ideal
- 4. Formación constante: La trampa del perfeccionismo
- 5. El componente de género y la carga estructural
- 6. Señales de que puedes estar viviendo el síndrome de la impostora
- 7. Impacto en el trabajo clínico
- 8.Cómo abordarlo desde la psicología
- 9. Conclusión
- 10. Fuentes

1. Introducción
¡Hola, psicos! Hoy vamos a hablar de un tema que muchas vivimos (aunque no siempre lo digamos en voz alta): el síndrome de la impostora en psicólogas. Esa sensación de no estar a la altura o no saber suficiente y de pensar que, en cualquier momento, alguien “descubrirá” que no somos tan buenas como parecemos.
Este fenómeno es muy común entre psicólogas y entenderlo puede ayudarnos a cuidarnos y hablarnos mejor. ¿Te sientes identificada? ¡Sigue leyendo y descubre por qué nos pasa, cómo se puede manifestar y qué cosas podemos hacer al respecto!
2. ¿Qué es el síndrome de la impostora y por qué se presenta con tanta frecuencia en psicólogas?
El síndrome de la impostora se manifiesta como una sensación persistente de no estar a la altura, incluso cuando existen logros objetivos que respaldan la propia competencia. Las personas que lo experimentan suelen atribuir su éxito a factores externos (como la suerte o la ayuda de otros) y viven con el temor constante de “ser descubiertas” como un fraude.
Aunque el término fue acuñado en los años 70 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes, hoy en día sigue vigente, y en el ámbito de la psicología clínica, este fenómeno aparece con mucha frecuencia. La combinación entre el nivel de exigencia profesional, la responsabilidad emocional y ética del ejercicio, y la constante actualización formativa, crea un caldo de cultivo perfecto para que muchas psicólogas cuestionen su propia valía profesional, independientemente de su trayectoria o experiencia.
3. Autoexigencia y presión por alcanzar un ideal
Ser psicóloga implica sostener múltiples dimensiones a la vez: conocimientos técnicos, habilidades relacionales, capacidad de análisis clínico, sensibilidad humana. La sociedad puede influir en esa exigencia, pero también hay gran parte de ella que es interna. Nos autoimponemos la perfección como condición para sentirnos válidas en nuestro trabajo. Y si algo no sale como esperábamos, aparece la culpa o la sensación de fraude, de insuficiencia.
“Tenemos una profesión en la que se espera de nosotras una formación exhaustiva y continua. Las temáticas son tan amplias que hay un sentimiento constante de que nos hace falta algo más para poder hacer bien nuestro trabajo”
Esta percepción de insuficiencia no siempre refleja un déficit real, pero sí tiene un impacto significativo sobre la autoestima profesional, generando dudas recurrentes, necesidad de validación externa y un sentimiento de no estar capacitada para nuestro rol terapéutico.
4. Formación constante: La trampa del perfeccionismo
La formación continua es parte inherente a la práctica clínica y querer aprender nunca va a ser un problema. Sin embargo, cuando el impulso por aprender nace del miedo a “no saber suficiente” más que de la motivación genuina por desarrollarse, puede convertirse en un mecanismo de defensa frente a la inseguridad.
Muchas psicólogas entran en un bucle de acumulación de formaciones, cursos o especializaciones que, aunque enriquecedoras en sí mismas, no logran calmar la sensación de no estar preparadas. En estos casos, el problema no reside en la falta de conocimientos, sino en la dificultad para validar los propios recursos y reconocer la propia experiencia como válida y suficiente.
5. El componente de género y la carga estructural
Aunque el síndrome del impostor puede afectar a cualquiera, lo cierto es que también hay un componente de género a tener en cuenta.
En una profesión como la nuestra, (que es mayoritariamente femenina), el fenómeno se ve muy influenciado por factores sociales y culturales que, históricamente, han exigido más esfuerzo a las mujeres para recibir el mismo reconocimiento en el ámbito laboral que a sus compañeros hombres. Al final, este factor estructural condiciona inevitablemente la percepción interna de competencia.
Tu vivencia personal refleja algo que no es únicamente individual, sino también estructural, y ser conscientes de ello nos puede ayudar a ampliar la mirada para entender que muchas de las situaciones que experimentamos como “fallos personales” están profundamente enraizadas en un contexto social que nos ha educado para dudar de nosotras mismas. Ganar conciencia sobre este tema también nos puede ayudar a no sentirnos solas.
6. Señales de que puedes estar viviendo el síndrome de la impostora
¿Cómo saber si estás lidiando con este síndrome? Estas son algunas señales frecuentes:
Estas creencias, aunque comprensibles, no suelen tener una base real, sino que están sostenidas por patrones de pensamiento distorsionados o creencias limitantes consolidadas a lo largo del tiempo. Sobre todo, no significan que no seas buena en lo que haces. No tienen que ver con tu capacidad real, sino con reconocerte “capaz”.
7. Impacto en el trabajo clínico
El síndrome de la impostora también puede repercutir directamente en la práctica profesional. Entre sus consecuencias más frecuentes se encuentran:
- Hacerte dudar de tus intervenciones, mostrando dificultad para sostener con firmeza decisiones clínicas.
- Sentirte constantemente evaluada.
- Postergación de pasos importantes por inseguridad.
- Sobrecargarte de trabajo por no saber decir “no”.
- Ansiedad antes de ciertas sesiones o casos concretos.
- Dificultad para establecer el precio de las sesiones (dificultad para ponerle un valor adecuado a tu trabajo).
- Sentirte agotada emocionalmente por intentar ser “impecable” en todo.
Aunque puede confundirse con el burnout, el origen del malestar es distinto. En este caso, lo que genera desgaste es la necesidad constante de demostrar que somos profesionales válidas, tanto a nosotras mismas como al resto (que supuestamente nos está juzgando), incluso ante una trayectoria consolidada.
8.Cómo abordarlo desde la psicología
Trabajar el síndrome de la impostora desde un enfoque psicológico es posible y recomendable. Algunas herramientas útiles para ello son:
- Identificar los pensamientos disfuncionales: Cuestionar creencias como “no sé suficiente” o “no estoy preparada” contrastándolas con datos objetivos.
- Explorar el origen: Muchas de estas vivencias se gestan en etapas tempranas en las que a lo mejor se nos exigía mucho o se nos valoraba únicamente por los logros.
- Desarrollar una voz interna compasiva: No necesitas ser perfecta para ser buena terapeuta. Y no vas a ser la mejor terapeuta para todo el mundo (porque eso es imposible), pero eso no dice nada malo de ti.
- Pedir ayuda: Trabajar este tema en terapia personal también es un acto de autocuidado y coherencia.
Supervisión y autocuidado como pilares profesionales
La supervisión cumple una función técnica y también nos permite sostener el rol clínico desde un lugar más seguro y acompañado. Verbalizar inseguridades, revisar casos o contrastar percepciones es fundamental para prevenir el aislamiento y el agotamiento emocional.
El autocuidado, por su parte, no debería ser visto como un lujo, sino como parte esencial de un ejercicio clínico sostenible y responsable con nosotras y con nuestros pacientes. Establecer límites, compartir con compañeras, descansar o pedir ayuda cuando es necesario son formas de cuidarse.
¿Estás pasando por esto?
Si te has sentido identificada, recuerda que no tienes por qué transitarlo sola.
¿Te interesa empezar un proceso de supervisión? Escríbenos. 🤍
9. Conclusión
El síndrome de la impostora es un fenómeno común en la práctica clínica, especialmente entre psicólogas. Se trata de una experiencia compleja, condicionada tanto por factores internos como contextuales, que merece ser nombrada, comprendida y trabajada.
Reconocer su existencia y reconocer que te podría estar afectando es el primer paso para dejar de vivir desde la duda constante y empezar a ejercer desde un lugar más auténtico, más realista y más compasivo.
10. Fuentes
Clance, P. R., y Imes, S. A. (1978). The impostor phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention. Psychotherapy: Theory, Research & Practice, 15(3), 241–247. https://doi.org/10.1037/h0086006
Hutchins, H. M., Penney, L. M., y Sublett, L. W. (2018). What imposters risk at work: Exploring impostor phenomenon, stress coping, and job outcomes. Human Resource Development Quarterly, 29(1), 31–48. https://doi.org/10.1002/hrdq.21304
Kolligian, J., y Sternberg, R. J. (1991). Perceived fraudulence in young adults: Is there an “impostor syndrome”? Journal of Personality Assessment, 56(2), 308–326. https://doi.org/10.1207/s15327752jpa5602_10
Ochoa, P., y Herrera, M. (2019). El síndrome del impostor: una aproximación teórica. Revista de Psicología Clínica con Niños y Adolescentes, 6(1), 71–76. https://www.revistapcna.com/sites/default/files/07ochoa_0.pdf
Vergauwe, J., Wille, B., Feys, M., De Fruyt, F., y Anseel, F. (2015). Fear of being exposed: The trait-relatedness of the impostor phenomenon and its relevance in the work context. Journal of Business and Psychology, 30(3), 565–581. https://doi.org/10.1007/s10869-014-9382-5

Ana Álvarez
Psicóloga general sanitaria
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